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Isidoro de Fagoaga, tenor, en Archivo Wagner

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ISIDORO DE FAGOAGA



100 vascos de proyección universal
Editorial La Gran Enciclopedia Vasca. Bilbao, 1977
Isidoro de Fagoaga (1893-1976). Tenor wagneriano de La Scala de Milán
Por Celia López


         Arturo Campión dijo de Vera del Bidasoa que era pintoresca, pulcra, morigerada, una de las cinco repúblicas montañesas de Navarra. Allí, el 4 de abril de 1893, vino al mundo Isidoro de Fagoaga y Larrache, que había de ser uno de los mejores intérpretes que han tenido las óperas de Wagner.
         A los catorce años le entusiasmaba escribir sonetos, que publicaba en la hoja mensual del Colegio. A los quince emigró a Buenos Aires y se convirtió en empleado de una ferretería. Tal era su entusiasmo por la literatura, que colaboraba todo lo asiduamente que le era posible en las revistillas que publicaban las asociaciones de emigrados españoles. Entre todos los que le conocían ganó fama de poseer una hermosa voz.
Se enteraron los dueños de la ferretería y consiguieron con una recomendación que el célebre barítono Titta Ruffo, que cantaba en el Teatro Colón, le escuchara. Este vio que aquel muchacho tenía madera y le dio varias cartas de presentación para maestros de canto de Milán.
         Ni corto ni perezoso Isidoro viajó a Italia. Podía vivir gracias a los ahorros que había hecho en Buenos Aires; pero el tiempo pasaba y aquéllos empezaban a agotarse. Se enteró de que el Conservatorio de Parma, uno de los más famosos del mundo en aquel tiempo, concedía ocho becas para cantantes. Él no tenía amigos ni recomendaciones; pero decidió presentarse a pesar de que los aspirantes, y por lo tanto rivales suyos, andaban cerca del centenar y medio. Isidoro tenía una bella voz y consiguió una de las plazas. A consecuencia de ello se convirtió en discípulo del famoso profesor Campanini. Aquel mismo concurso, cuatro años antes, había seleccionado a Beniamino Gigli y Francesco Merli.
         La primera guerra mundial le hizo regresar a España. Siguió estudiando en Madrid con el maestro Iribarne. En 1920 se presentó al público por primera vez en el Gran Teatro, formando parte del reparto de Sansón y Dalila. Aquel mismo año, Jesús Guridi le llamó para estrenar en Bilbao la ópera asca Amaya, en la que hacía el papel de Teodosio de Goñi.
         El maestro Enrique Fernández Arbós le oyó y le pidió que se uniera a la compañía que él regentaba. Iba a realizar una gira por las principales ciudades de España y Portugal. Representarían Norma y otras óperas italianas. Para abrir y cerrar la temporada en cada lugar, pondrían en escena La Walkiria y Parsifal de Ricardo Wagner. Fernández Arbós aconsejó a Fagoaga que se especializara en las óperas del gran compositor germano: su voz era robusta y de timbre viril. Poseía cualidades de actor dramático y una figura gallarda, de elevada estatura. Los tenores capaces de interpretar las obras de Wagner eran muy escasos, excepto si procedían de Alemania y de los países escandinavos. Excepcional, a pesar de ser latino, había sido Borgatti, también destacaron Giraud y Ferrari-Fontana; pero éstos habían desaparecido de la escena y el momento no podía ser más propicio para Isidoro Fagoaga.
         El primer personaje de Wagner que interpretó fue Sigmundo de La Walkiria. Siguió Parsifal, ópera en la que fue protagonista. El primer escenario internacional de prestigio que pisó fue el Teatro San Carlos de Lisboa. El éxito de la gira fue total. Fagoaga abandonó casi por completo el resto del repertorio y se dedicó con fervor a la Tetralogía, Tristán y ParsifaL
         Desde 1923 y en los tres años que siguieron cantó en Parma, Bolonia, Roma, Buenos Aires y Nápoles. En esta última ciudad fue contratado por el Teatro San Carlos a causa de que el actor principal había cometido un garrafal error, que provocó vivas protestas por parte del público. Como la sustitución había de hacerse para la noche siguiente, un agente le localizó en Milán, y le puso en el ferrocarril que le llevaría a Nápoles. Al llegar al Teatro, sin tiempo para descansar y sin haber probado bocado desde el día anterior, le cosieron sobre el cuerpo la piel de lobo con que se vestía Sigmundo, y salió a escena. Dijo su primera frase y sintió verdadero alivio porque el texto de la ópera indicaba que el héroe agotado se tendía a descansar junto al hogar. Entró Siglinda con una lámpara. Entonces ella, antes de recitar las palabras del texto italiano, le dijo muy bajo y en español: "¡Valor, vasquito!" Fagoaga sintió el más profundo asombro y, a la vez, una sensación de alivio al escuchar aquella voz alentadora en las dramáticas circunstancias en que se encontraba. El misterio no se aclaró hasta un momento en que ambos debían contemplarse largamente y en silencio, y ella aprovechó para decirle en un susurro y sin mover apenas los labios: "Soy Hina Spani". Se trataba de una cantante argentina, morena, e Isidoro no la había conocido al encontrarla transformada en la nórdica Siglinda, heroína del drama cantado.
         El día siguiente, un crítico de campanillas escribió: "¡Finalmente habemus pontificem!" Otro, también muy reputado, opinó: "He aquí un actor-cantante, más que un cantante-actor. Si se dedicase en lugar de al drama lírico al dramático a secas, el teatro contaría con un gran actor".
         Por aquel entonces, el maestro Toscanini necesitaba un buen tenor wagneriano para La Scala, especialmente para El anillo del nibelungo, que por primera vez se iba a representar completa. Enterado de que Isidoro de Fagoaga había triunfado en Nápoles, quiso oírle y le citó en el famoso teatro milanés.
         Años más tarde, Fagoaga recordaba así a Toscanini: "Tenía una cabeza impresionante, de ésas que no se olvidan. Su rostro, en el que fulgían dos ojuelos claros, buidos, tenía la forma de un triángulo isósceles: el lado más ancho correspondía a la frente, amplia, llena de luz; el ángulo agudo era la barbilla, dura, voluntariosa. Yo le admiraba, aunque también le temía, pues en los ensayos, cualquier equivocación le exasperaba tanto, que empezaba a patear y a gritar como enloquecido, y a menudo sus observaciones a los artistas rezumaban tal acritud, que más que advertencias eran insultos".
         Condición imprescindible para entrar en La Scala de Milán, Sancta Sanctorum del Arte, era cantar ante Toscanini, el Mago como le llamaban en los medios artísticos. Fagoaga, más asustado que contento, le dijo: "Maestro, su deseo me honra, pero permítame que no lo satisfaga porque fracasaría". Toscanini le miró asombrado y, tuteándole según su costumbre, repuso: "¿Por qué?.. Explícate". "Porque mi voz no es apta para entonar la romanza y las florituras del bel canto. Es una voz dramática, que sólo se manifiesta plenamente cuando se apoya en el ademán, en el gesto, en la actitud escénica..." A Toscanini se le ensombreció el semblante. "¿Qué más?", preguntó. "Por consiguiente - añadió Isidoro—, si usted no me oye, ateniéndose a las referencias de mi empresario de Nápoles, donde acabo de cantar La Walkiria, y al de Parma, en cuyo Teatro Regio voy a interpretar Parsifal, es posible que me contrate usted; pero si me oye, no lo hará". A aquella confesión sincera le siguió un silencio. Toscanini miraba a Fagoaga con expresión risueña. "Es la primera vez —dijo- que un tenor me da una contestación inteligente". Dicho esto se levantó, con lo que significaba que la entrevista había terminado; palmeándole familiarmente la espalda, añadió: "Bueno, muchacho, vete a Parma y canta bien".
         Así lo hizo Isidoro de Fagoaga, y con tan brillante fortuna, que meses más tarde, y sin "audición previa", ingresó en el elenco de cantantes de La Scala, caso único en la historia del más famoso teatro del mundo. Permaneció allí once años consecutivos, lo que —bajo el imperio de Toscanini— fue también un caso excepcional.
         Antes de integrarse en La Scala, Fagoaga fue a Buenos Aires, donde en el Teatro Colón, cantó Parsifal, L' amore dei tre re, Fedra y estrenó la ópera argentina Tabaré.
         El 15 de noviembre de 1925 se presentó al público de La Scala con La Walkiria. En la temporada siguiente cantó por primera vez Sigfrido,en el papel de protagonista. Más adelante representó El crepúsculo de los dioses, Parsifal - la ópera de la que decía Toscanini había que cantarla de rodillas— y El barco fantasma. Los mayores éxitos los obtuvo con La Walkiria y El crepúsculo de los dioses.
         Isidoro de Fagoaga —tenor wagneriano oficial de La Scala— se convirtió en el intérprete insustituible del gran compositor germano. Cantaba Sigfrido en Roma, dos días más tarde La Walkiria en Milán, en Génova Tannhäuser y en Turín la Tetralogía, para seguidamente ir a Bolonia. Esta actividad habría arruinado la salud de una persona menos fuerte que él; al final de aquellas campañas había perdido siete u ocho kilos y estaba exhausto, por lo que había de someterse a auténticas curas de reposo. Sigfrido Wagner, hijo del compositor, le invitó en 1928 a los festivales anuales que se celebraban en Bayreuth, la ciudad santa del wagnerismo. La mayor parte de las calles y plazas llevaban nombres relacionados con las composiciones del "primer ciudadano de honor"; así había una avenida de los Nibelungos y una Colina Sagrada: sobre esta última se hallaba el teatro que Ricardo Wagner mandó construir.
         Sigfrido Wagner dirigió a Fagoaga en la Tetralogía y quedó entusiasmado. Le pidió que estudiara las óperas de su padre en idioma alemán y cantara Tannhäuser en Bayreuth durante los festivales de 1930. Aquello era la coronación de la vida artística del cantante vasco, el reconocimiento máximo de sus méritos. Por desgracia el proyecto no pudo realizarse, pues Sigfrido Wagner murió en 1930. Sin embargo, Fagoaga cantó en Alemania, en Francfort, El ocaso de los dioses en el idioma original. Durante su estancia en Bayreuth, Sigfrido Wagner le mostró a su madre, Cósima Liszt, hija del gran compositor húngaro autor de las Rapsodías. La anciana tenía más de noventa años, estaba casi ciega y sorda; al advertir su presencia, tan sólo volvió levemente la cabeza.
         Fagoaga llegó a interpretar siete veces la ópera Parsifal bajo la dirección de Toscanini. En 1937 se encontraba ensayando en el Teatro de la Opera de Roma El ocaso de los dioses y se enteró de que Guernica, la ciudad santa de los vascos, había sido destruida por un bombardeo. Las noticias confusas le hicieron creer que habían sido aviones italianos los autores de la catástrofe. Cantó la última parte de la Tetralogía —que fue también la última ópera que interpretó en su vida-, y pronunció unas palabras sumamente duras, con las que anunció su propósito de no volver a cantar jamás en Italia. El prefecto de Roma, en un tono muy conciliador, le recomendó prudencia. Isidoro de Fagoaga fue a Milán, donde residía, hizo las maletas y emprendió viaje a San Juan de Luz, en Francia. Más tarde se enteró de que los autores del bombardeo habían sido los nazis.
         Pero la suerte estaba echada. Él no quería ser cantante, a ello le habían arrastrado las circunstancias. La vocación de su vida, que llevaba dentro tan viva como cuando publicaba sonetos en la hoja del colegio, era ser escritor. Había hecho una modesta fortuna, que le permitía vivir sin agobios. A los cuarenta años y en la plenitud de sus facultades, renunció para siempre a cantar. Pero no pudo disfrutar mucho tiempo de tranquilidad para dedicarse al estudio y la investigación. Los alemanes invadieron Francia en 1940 y los vascos allí exiliados fueron internados en un campo de concentración en Gurs. Sufrió terribles penalidades. Afortunadamente un amigo consiguió liberarle y regresó a San Juan de Luz. Encontró su casa desvalijada; entre las cosas desaparecidas se contaba el primer contrato que firmó Gayarre como tenor de ópera y que hacía años había conseguido en Varese.
         En 1953 fue a residir en Buenos Aires y publicó allí los libros Pedro Garat, el Orfeo de Francia y Domingo Garat, el defensor del Biltzar. Regresó a España y fijó su residencia en San Sebastián. Fueron saliendo a la luz sus obras Retablo vasco, Unamuno a orillas del Bidasoa y otros ensayos, Los poetas y el País Vasco, El teatro por dentro. Colaboraba asiduamente en el gran rotativo La Prensa de Buenos Aires y en El Diario Vasco de San Sebastián. Pronunció numerosas conferencias en los dos continentes, incluso en la Sorbona de París.
         Isidoro Fagoaga, en El teatro por dentro, escribió de sí mismo: "Ha reunido un discreto capital que le permitirá vivir decorosamente y quiere consagrarse de lleno a las letras, aunque éstas le produzcan en veinte años de emborronar cuartillas, menos de lo que le abonaban por una sola representación. Y así sigue para honda satisfacción de su espíritu y desdicha, también honda, de su familia. Cuando le preguntan por los contratos, los reportajes y los millares de fotografías que le representan en compañía de los más encumbrados personajes de Europa y América, contesta que todo eso yace en el fondo de los baúles de un desván de su casa pueblerina, junto a corazas, clámides, casacones, espadas, pelucas y partituras que aún conservan las huellas y acotaciones de grandes regisseurs y directores de orquesta. En cambio, viaja y vive junto a sus trabajos - libros, ensayos, conferencias- que ha pronunciado o publicado en estos calamitosos años que vive el mundo."
         Isidoro de Fagoaga murió repentinamente el 15 de marzo de 1976. Además de sus trabajos y de la gloria que ganó como cantante, dejó en cuantos le trataron el recuerdo de su profunda humanidad, cordialidad y bondad.






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